El acuerdo alcanzado el pasado viernes
entre los eurócratas y el Reino Unido oficializa el régimen del miedo y la guerra contra los pobres: ayer se extorsionaba a Grecia, hoy le toca a la ciudadanía europea en general. Se antepone (descaradamente)
el capital a la personas, legalizando el robo de derechos a la libre circulación de personas y la emigración interna de la Unión Europea. A los
refugiados, directamente, que les den. En este paréntesis de
calma chicha la
nada sigue imponiéndose sobre el colapso burócrata de las instituciones y se instaura diligentemente el
despotismo de mercado, de momento un
fascismo de baja intensidad basado en el euro, a no ser que
alguna alternativa -como un
Plan B- lo detenga. Construida desde abajo, en el mismo sentido del
"pueblo salva al pueblo" que está sucediendo con los refugiados en
Lesbos.
Lo que queda claro es que esta Europa es un
vertedero moral. Solo importa la libre circulación de mercancía y capital. El país británico se ha convertido por derecho propio en el gran caballo de Troya del
TTIP y de la agonía neoliberal
atlantista, y con este pacto gana -una vez más- el chantaje contra los derechos humanos, mientras nuestro presidente en funciones del (des)gobierno
se come una pizza y lo aplaude con las orejas. Aquí se distrae al personal con el
fúmbol, el sexo de los ángeles y la crispación prefabricada: la venganza de los reaccionarios
contra los escraches, la pertinaz
caza de brujas y el redundante
yo o el caos. El
estado de excepción permanente como horizonte totalitario de disciplina social es ya, sin duda alguna, el clásico de gestión en los terrenos de juego locales y europeos.
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