papeles de subinformación

martes, 22 de marzo de 2016

cinco años



Mi hija cumplirá cinco años en unos meses. El quinquenio era la duración de aquellos acelerados planes de desarrollo agrícola e industrial del fallido orden soviético. De modo individual, un lustro es un plazo que ha volado cuando te quieres dar cuenta. Al parecer, tenemos ya un vencimiento quinquenal que no se puede postergar:
- Podemos contar con aproximadamente un lustro para efectuar una gran intervención pedagógica con vistas a crear un estado de opinión pública capaz de conformar una mayoría social en pos del cambio. 
- ¿Solo nos quedan cinco años? 
- Me parece importante poner una fecha. Lo que intento decir es que ya no se puede organizar una transición ordenada. Cinco años es una fecha manejable a nivel mental. La oportunidad de hacer las cosas bien ya la hemos perdido. En nuestro escenario, ya nadie nos libra de unos niveles de sufrimiento social alto. Eso lo tengo claro. Lo que quiere decir “cinco años” es que hay que actuar ya porque el panorama es muy sombrío. Ya no podemos tomar tierra de manera normal, solo intentar un aterrizaje de emergencia.
[Extracto de una entrevista a Emilio Santiago Muiño, autor del necesario y sobresaliente Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial]
De un tiempo a esta parte, no dejo de leer y escuchar cada vez más voces que alertan del colapso ecológico y social cercano. Un runrún creciente y más ruidoso día a día pero aún demasiado minoritario -prácticamente ausente en los canales habituales del debate público. Tal vez, en el fondo o, de alguna manera, en la esencia de lo que somos, la mayoría sentimos que la cosa marcha mal. Porque todos deberíamos decir que está rematadamente mal, que es uno de los momentos más críticos -el más crítico, según Noam Chomsky- de nuestra especie.

Ni siquiera en el caso de que rehuyéramos una visión general catastrófica, apocalíptica y/o agorera, otros elementos ya suponen por separado bastante catástrofe, varios de ellos una auténtica debacle en sí mismos: el temible Tratado Transatlántico de Libre Comercio -Susan George de ATTAC te explica siete razones para rechazarlo y Carlos Taibo ha escrito un libro para desentrañarlo en profundidad-, la huida hacia adelante del dinero de la nada (para la banca) o la escapada del Quantitative Easing -en paralelo a la crisis de recursos-, la tenebrosa cloaca moral de la Unión Europea y su patada colectiva a migrantes y refugiados, la brutal consolidación de la sociedad excluyente tras la (no) recuperación económica, el cinismo de la doctrina del mal menor, la intoxicación informativa, el encarcelamiento de las ideas y la repugnante utilización banal y total del terrorismo, el programado genocidio sobre todo tipo de activistas -últimamente se han cebado sobre los ecologistas, el último caso sonado el de Berta Cáceres, pero no el único- o la real y peligrosa extinción de las abejas que puede suponer un punto y final.

Hoy nuestro modo de vida no es sostenible. Y será una evidencia completa cuando las consecuencias del desastre climático sean mucho más contundentes para los países centrales. Los que nos hemos ido acostumbrando a la precariedad no nos costará tanto adaptarnos al nuevo tiempo. Mucho menos aún los que llevan así toda la vida. Vivir en la periferia, sobrevivir en los márgenes, perspectiva de cada vez más amplias capas sociales, también del centro. Porque, como afirma la escritora Arundhati Roy -autora del rotundo ensayo Espectros del capitalismo- en una reciente entrevista, "el capitalismo fracasará como fracasó el comunismo", y el factor tierra (y sus límites) será esencial. Roy explica en su texto la relación entre el sistema económico y el sufrimiento de mucha gente, con ejemplos concretos de la India, contextualizada en lo que somos y  poniendo de relieve el papel lacayo de buena parte de la intelectualidad:
Somos una especie psicótica, y es posible que nuestra inteligencia haya superado a nuestro instinto de supervivencia. 
En otro tiempo, el papel de los escritores y periodistas era ser azote de acomodados y consuelo de afligidos. Ahora consuelan a los acomodados y azotan a los afligidos
El colapso del actual sistema urbano-agro-industrial es inevitable, y Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes han desarrollado esta tesis en su obra En la espiral de la energía, un estudio extenso y en profundidad sobre la historia de la humanidad y su futuro desde el papel de la energía (pero no solo). El cambio podría empezar por calibrar y apreciar la vida más allá del Producto Interior Bruto: afortunadamente, son ya varias (y variadas) las alternativas para medir el pulso económico. Y sin esperar a que la emergencia dicte a deshora la transformación por necesidad (y necedad), apremia la concienciación individual y su difusión tradicionalmente más efectiva, la del boca a oreja. Cuénteselo a su compañera, vecina, amante, amiga, hermana:
¿Es materialmente posible garantizar una dieta rica y saludable, antibióticos, gafas, bicicletas, agua potable y cierto acceso colectivo, puntual y de baja intensidad a la electricidad para toda la humanidad? Si opera un milagro político, seguramente sería posible. ¿Es posible garantizar automóvil privado, viajes baratos en avión a la otra punta del mundo, cuatro ordenadores en cada casa, dietas basadas en carne y teléfonos móviles con internet para el conjunto de la humanidad? No, las cuentas no cuadran ni cuadrarán jamás. [Extracto de Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial]

"Si la naturaleza fuera capaz de encontrar
una manera de cubrir estas naranjas,
no tendríamos que gastar tanto plástico"

sábado, 12 de marzo de 2016

la cloaca



El colapso moral, cogidito de la mano del fascismo de baja intensidad, proclama el hundimiento de Europa: sálvese quien pueda... panzudos, comisionistas, oligarcas, saqueadores y eurócratas primero. En caso de urgencia para hacer de vientre, utilizar papel de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de Refugiados. Y si la cosa se pone seria, pasar directamente a la Declaración Universal de Derechos Humanos, no hay otro papel higiénico de doble hoja con tal calidad, oiga.


La cloaca ha asaltado los cielos: la miseria intelectual, la ilegalidad manifiesta y el cinismo más absoluto son los ejes sobre los que pilota toda la (ex)gobernanza europea. Los refugiados quedan abandonados a su suerte de la misma manera que la libre circulación de personas dentro de la Unión Europea vale menos que la de mercancía y capital. El canibalismo económico más feroz se instala no sólo sobre los acuerdos de la (des)vergüenza, sino, y lo que es peor, sobre las conciencias. La indiferencia, ese otro peligro moral -y mortal- junto a la ignorancia y el miedo en las mentes de la mayoría silenciosa, esa que opta por mamarrachos xenófobos.


El vertedero español se destaca en la champions league de la indignidad por su excelencia: aquí convertimos mordidas en lingotes de oro y somos unos hachas para arropar a los compis yogui. Afortunadamente, atesoramos la sorna plebeya y, sobre todo, la existencia de periodistas que hacen su trabajo frente a  los compis de la corporación mainstream al servicio del Ministerio de la Verdad que se desviven para la mordaza. Esa gran coalición de la voz de su amo que clama sin pudor -como describe acertadamente Rosa María Artal- por la muerte de la inteligencia:
Una vida dedicada a las carreras técnicas y a producir y vender bienes materiales. Y a no pensar. A no indagar en porqués y consecuencias. Ése es el futuro que ya asoma por la puerta. La cultura y el razonamiento no son rentables. Para quienes manejan los hilos de nuestras vidas cada vez con mayor perversión y desfachatez en absoluto. Para cualquier persona que se precie de tal, en cambio, resultan esenciales: la única vía para escapar de un destino maldito. Con la información como llave que abre puertas. A salvo de míticas ciencias infusas, solo el conocimiento permite formarse el criterio para afrontar decisiones. 
También puede cerrarlas. Estamos asistiendo al derrumbe en credibilidad de la prensa tradicional en España. Una auténtica caída a los infiernos. Los niveles de enfangamiento a los que ha llegado son tan escandalosos que invalidan sus propias campañas. Salvo para ese sector  cuyas cabezas han sido ya derrotadas. “Os exprimiremos hasta la saciedad y luego os llenaremos con nuestra propia esencia”, escribía George Orwell en su libro “1984” que, como otros similares, resultó premonitorio.


martes, 8 de marzo de 2016

mujeres libres


Invisibles nunca

Muchas gracias a mujeres como Olga Rodríguez, por su lucidez, honestidad y sentido crítico, en este caso de la profesión periodística. Muchas gracias por su artículo La hora del 'aggiornamento'. Muchas gracias por dar voz a los que no la tienen:
En la frontera de Macedonia, en suelo europeo, las autoridades han cortado el paso a los refugiados y les han lanzado gases lacrimógenos. Las imágenes de niños llorando agarrados a la valla son desoladoras. La policía los ha metido en autobuses y los ha mandado de vuelta a Atenas. Ya hay más de 30.000 refugiados atrapados en territorio griego. Pero eso no indigna los corazones de los gacetilleros que estos días se erigen en adalides del catolicismo. 
En Serbia y Hungría he visto cómo padres pierden a sus pequeños en la huida; cómo las fuerzas de seguridad separan a familias y envían a sus integrantes a campos de concentración; cómo agentes golpean a niños y ancianos por el simple hecho de ser refugiados. Pero los hooligans no parecen sentirse interpelados por estos atropellos que acorde a la doctrina cristiana deberían cuestionar. 
Aquí en España uno de cada tres niños está en riesgo de pobreza, hay pequeños que han sido expulsados de sus casas o que viven en hogares sin luz, sin gas o sin agua. Los gacetilleros gritan escandalizados por una obra de títeres de ficción a la que atribuyen 'efectos traumáticos' en niños pero asienten ante las medidas que condenan a muchos menores a auténticos traumas como la pobreza energética, la discriminación o la expulsión del país. Califican de obsceno que en el Ayuntamiento de Barcelona se lea un poema titulado Mare Nostra, pero no parecen ver tanta obscenidad en el desahucio de una familia o en los recortes en la educación pública de los niños. 
En estos años ha habido gente que se ha aprovechado de lo público para hacer negocio, y entre ella hay que incluir a periodistas que no han dudado en trabajar en defensa del saqueo de unos pocos a costa de la desposesión de muchos. Y para ello algunos llegan a invocar a Dios. [...] 
No hay nada que pueda unir más a personas de diferentes sectores que la defensa de la libertad de expresión y de protesta, pilares básicos de las sociedades democráticas. En los últimos años se ha producido un despertar social y político. Pero nos falta aún un 'aggiornamento' periodístico. ¿A qué estamos esperando? 
En el ejercicio mismo de este oficio va incluida la necesidad de tener capacidad de crítica y de autocrítica, de identificar las presiones y denunciar los límites a la libertad de información. Ser periodista no es servir al poder, sino vigilarlo; no es aplaudir a la elite en un escenario de desigualdad, sino cuestionarla. No es tratar la información como mera mercancía, sino como un derecho fundamental de las sociedades libres y democráticas, teniendo presente la responsabilidad social del periodismo y deseando contribuir con él a provocar “algún tipo de cambio y a remover conciencias”, como dijo el maestro Kapuscinsky.