Hace unas semanas los altavoces habituales de la dictadura financiera se escandalizaban por el zarandeo a dos directivos de recursos humanos de Air France tras anunciar el despido de 2.900 trabajadores. Es violencia, dicen. ¿Qué violencia? ¿La violencia que se ejerce día tras día en despidos masivos, en EREs, en desahucios, en el saqueo de lo público, en el totalitarismo de la precariedad que se impone geométricamente? ¿Esa violencia sorda e incesante que no se ve en los telediarios?
Los informativos nos cuentan la noticia saltándose la escena principal del primer acto, esa en la que están reunidos los que todavía conservan sus camisas impolutas y los representantes de los trabajadores. Esa en la que ante el rechazo a un aumento de jornada por el mismo sueldo, es decir, una bajada de sueldo encubierta, planea la amenaza de un ERE masivo. Pervierten el lenguaje como lo haría el matón de colegio que te quita la merienda en el patio con la amenaza velada del que se sabe más fuerte y sobre todo intocable. Hasta la palabra "negociación" es utilizada de manera falaz cuando lo único que se ofrecen son lentejas. El planteamiento es siempre el mismo: "La empresa ofrece esto, si lo rechazáis la contraoferta será mucho peor". Eso también es violencia, es recurrir al miedo y al intercambio de culpa como hace el maltratador después del la paliza: "No quería pero me has obligado a pegarte". [Que coman pasteles, por Adriana Gaube]
El futuro tratado de libre comercio entre EEUU y la Unión Europea -el silenciado TTIP, en el caso de que se apruebe- no hará más que ahondar en esta inseguridad social, política y vital. En esencia, esta aceleración de tratados, el austericidio o la devaluación de los derechos humanos forman parte de una estrategia general de desesperanza, ser mercancía low cost:
La proliferación de las tiendas low cost está íntimamente relacionada con una educación también low cost, que las políticas ultraliberales imponen a la sociedad: más bragas a 1 euro y menos Filosofía o Artes en los contenidos curriculares de escuelas y universidades. A través de un sistema de consumo estúpido y de una formación académica cada vez más estúpida, las sociedades serán más fácilmente manipulables, dirigidas, dominadas, vigiladas. Se sustituyen las Humanidades por las nociones económicas porque el único modelo social que interesa al poder es el de ese dinero que acumulan unos pocos. La estrategia es, por un lado, hacer desaparecer el sentido crítico y la libertad de pensamiento que aportan esos estudios, y, por otro, desarrollar una adicción consumista a gran escala y a bajo precio. [Los calcetines de Primark, por Ruth Toledano]
Es de suponer qué se puede esperar ya del socioliberalismo. Buenas palabritas -es decir, nada- y una condena firme de la violencia, pero solo la de los débiles y los desharrapados.
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