Una mascota para los Juego Cleptocráticos del régimen |
El juego ha terminado. Cuando se apela a la fantasmagoría clásica y rancia -léase ETA- de la caspa oligárquica, la cleptocracia asume su derrota. Como poco, moral. Porque, si la culpa de todo la tiene Yoko Ono, la viudísima de John Lennon es ETA. Que no te lien, todo es ETA, excepto el (des)gobierno, el Partido Único y, ere que ere, el resto de los testaferros del sistema corrupto. Además, lo afirma esa gente de bien, responsable y de orden, que utiliza -en su línea habitual- a las víctimas del terrorismo (alguna asociación ha dicho basta) como ejército de reserva en su cruzada de la demagogia.
Este linchamiento mediático a la PAH por su campaña de escrache -cuando la auténtica coacción la ejerce día a día el sistema con su violencia estructural (desahucios, despidos, precariedad, exclusión social, miedo y represión)- confirma que los voceros del régimen "han perdido la batalla de las ideas y han iniciado la guerra de las mentiras". Se defienden como gato panza arriba cuando saben que están cerca de perder su tren de vida y sus privilegios:
Vosotros se lo estáis quitando todo. Vosotros sois los responsables de lo que os pase. Os lo merecéis. Vosotros no sois las víctimas, sois los culpables, sois la causa de los escraches que estáis padeciendo. Vosotros sois el escrache de este país. Le habéis hecho un escrache a esta democracia hasta obligarla a huir por patas. Nos habéis hecho escraches cada vez que nos reuníamos en las plazas y en las calles. Le habéis hecho decenas, cientos de escraches a los ciudadanos a golpe de porra, recorte, insulto y decretazo. [Escrache, por Javier Gallego]
Éramos tan monos, tan simpáticos cuando recibíamos los palos de la policía levantando las manos, sentados en las plazas. Éramos tan comprensibles cuando todo lo que oponíamos a su violencia, su puñetera violencia económica, cotidiana y bestial, era nuestra presencia en silencio, que ahora que sencillamente nos acercamos a decirles 'No permitiremos que usted siga condenándonos', ahora ese gesto básico les parece un acto poco menos que terrorista. Kale borroka, dicen; acoso fascista, dicen; hay que ver los pobres hijos del ministro, dicen los que no dijeron nada con los miles y miles de pobres hijos que empezaron hace meses su deambular por casas de abuelos, de amigos, de prestado, casas ocupadas, patadas a las puertas, viajes inciertos. Esos miles, quizás cientos de miles de hijos no han merecido palabra de los que ahora denuncian acoso, violencia, qué horror. [Escrache de trabajo, casa y cena, por Cristina Fallarás]
Y, como respuesta, en vez de atender a las demandas ciudadanas -un millón y medio de firmas-, anuncian el incremento de medidas policiales, que incluyan identificaciones y detenciones de los que participen en los escraches. Pero esto es lo que sucedió verdaderamente en Valencia frente a la campaña de difamación en la que vienen insistiendo la última semana:
Y ésta es la realidad de la verdadera coacción armada para los centenares de miles de desahucios que se han producido en este país, mientras los charlatanes, pesebreros y demás lacayos del totalitarismo financiero y sus mamandurrias miraban para otro lado:
Digámoslo claro. Los escraches se sostienen no solo por la indiferencia absolutamente criminal del gobierno ante el problema de la vivienda, sino por miles de desahucios parados, movilizaciones intensísimas, ocupaciones de viviendas, ocupaciones de oficinas bancarias, negociación, diálogo y apertura. Hay escraches y tienen legitimidad porque hay un movimiento que les da sentido. Los relatos paranoicos en torno a acciones descontroladas son intencionados y ridículos.
Nada hay más organizado que un escrache. Nadie es más consciente de los límites que no se traspasan que las personas que participan, precisamente porque han adquirido un consenso de los que sí se van a traspasar. El límite que se traspasa es que “lo público y lo privado” no son esferas separadas, sino relacionadas. Por eso se va a la puerta de la casa. Por eso no se pasa de la puerta. Todos esos detalles simbólicos constituyen la legitimidad y la ética de una práctica. Compararla con cualquier desahucio revela lo evidente: en un desahucio el límite público-privado es precisamente lo que se violenta hasta el final y por la vía de la fuerza.
Pero hay algo mucho, muchísimo más importante en un escrache. Algo que ningún político ve porque solo son capaces de mirarse a sí mismos: Un escrache es una acción en el que las personas afectadas se organizan, se visibilizan y se sienten arropadas y acompañadas por otras personas. Los escraches son también la expresión de un afecto, de un grupo que se cuida y se acompaña. Son un mecanismo contra la individualidad. Es decir, son un mecanismo contra la desesperación. Son nuestro ir a Papandreu y echarle del restaurante. Pero además lo es sostenido por un espacio político organizado. No son un grito, una persecución o una torta en medio de la calle fruto de la rabia. Al contrario, gobiernan la rabia y la convierten en potencia. Son una expresión (una más) de que el poder de los de abajo se construye en común y que los de arriba son un desgraciado accidente en el camino de ese poder, de esa fuerza colectiva. Los escraches son la catarsis de una angustia en el mejor sentido. Son mecanismos para que las personas desahuciadas no sean víctimas, sino sujetos.
Es decir, son democracia.
El juego ha acabado. La crisis es el capitalismo. Y sus sicarios están en las principales instituciones. Sus augures no dejan de prever crecimiento, pero, como en el día de la marmota, siempre lo dejan para el año siguiente, ese que nunca llega: la OCDE considera que las reformas estructurales realizadas en países como España, Italia, Grecia e Irlanda ofrecen "una base sólida" para una recuperación de la competitividad y el incremento del empleo cuando se produzca una recuperación de la demanda (sic). Previendo una recuperación que nunca llegará. Los ejemplos de incompetencia, parasitismo y esperpento aparecen por horas. Con una deuda impagable, una descomunal bola que se incrementa por minutos. Pero sus consecuencias son cada vez más graves, como demuestran las amenazas de los burócratas de la EuroEstafa: como el experimento chipriota, la confiscación general de toda liquidez disponible en particulares para rescatar la patraña financiera y sus intereses corporativos. El corralito, a la vuelta de la esquina:
Salud, lucha y ventura.
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