En cuanto a la desigualdad sistémica, esta ha alcanzado tal nivel, denuncia Streeck, que los más ricos pueden considerar, con razón, que su destino se ha vuelto independiente del destino de las sociedades de las que extraen su riqueza y que, por tanto, pueden permitirse dejar de preocuparse por sus conciudadanos. Para mantener esta situación, los megarricos utilizan diferentes estratagemas. Por ejemplo, compran legitimidad social mediante actos de filantropía que en parte llenan los huecos en servicios sociales que deja su propia evasión de impuestos. [...]
La democracia, lamenta Streeck, ha perdido su carácter redistributivo e igualitario, por lo que en importantes aspectos es indiferente quién gobierne. Esta pseudodemocracia sirve para aparentar que la sociedad capitalista es producto de la elección popular, cuando en realidad hace tiempo que el control democrático ha desaparecido. Así, la ‘democracia’, vaciada de contenido sustancial, se convierte en una sucesión de debates estériles sobre los estilos de vida y características personales de los políticos y otras cuestiones culturales.
La globalización, afirma Streeck, ha movido los talleres clandestinos que Marx y Engels encontraron en Manchester a la periferia del capitalismo. Así, hoy los trabajadores explotados del Sur global y los trabajadores de clase media del Norte nunca tienen la oportunidad de experimentar juntos el sentimiento de comunidad y solidaridad que nace de la acción colectiva en común. Los explotados son objeto de caridad, como mucho, mientras que el estilo de vida consumista de Occidente depende de que continúe esta explotación. Al comprar camisetas o móviles baratos, los trabajadores de los países ricos, como consumidores, están poniendo presión sobre ellos mismos como productores, acelerando la deslocalización de la producción al extranjero y de paso socavando sus propios salarios, condiciones de trabajo y empleos.
Mientras tanto, explica Streeck, la flexibilidad creciente del mercado de trabajo ha sometido a los individuos a una presión implacable para organizar sus vidas en función de las impredecibles demandas de unos mercados cada vez más competitivos. El resultado es una polarización en aumento entre unas masas de perdedores empobrecidos; unas clases medias sobreexplotadas y absurdamente ocupadas, que se ven obligadas a aportar cada vez más horas de trabajo y más intensas a pesar de disfrutar de una prosperidad sin precedentes; y una pequeña élite de súper ricos cuya codicia no conoce límites, mientras que sus bonus y dividendos hace ya mucho que dejaron de cumplir cualquier función útil para la sociedad en su conjunto. [...]
Las supuestas leyes naturales de la economía no son sino proyecciones de relaciones de poder que se nos presentan como necesidades técnicas.>>
[Artículo completo en Ctxt:
¿Cómo terminará el capitalismo?, por Alex Roche]
¿Cómo terminará el capitalismo?, por Alex Roche]
Fin de la cita
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