Cualquier asalariado puede constatar que cada uno de sus movimientos bancarios es inmediatamente registrado. En cambio esto no ocurre con las grandes fortunas. Son múltiples los mecanismos de los que disponen, tanto de elusión como de evasión de sus capitales y obligaciones fiscales. Hay una parte legal en estas actividades, aunque moralmente reprobable. Tampoco es solo una cuestión ética, consagra la desigualdad y los privilegios. Cuanto dejan de pagar estos afamados compatriotas nos obliga al resto a restringir servicios esenciales. Una clave es preguntarse quiénes hacen o inspiran las leyes en este degradado sistema. A quién benefician: el famoso Cui Prodest de la justicia. Mossack Fonseca de Panamá es una de las principales firmas, pero no la única. Sociedades pantalla para poner distancia entre tu dinero y tú, para desvincular el dinero del inversor de los fines a los que se aplica. Los centros offshore no preguntan la procedencia, conviene insistir. Y la opacidad puede amparar desde el fomento del terrorismo al tráfico de armas y personas.
Unido al enésimo desbordamiento de la cloaca patria, no puede haber ya duda alguna de que se trata de una putrefacción estructural -y no de cuatro manzanas podridas-, pero no conviene confiarse: hay demasiado ruido inmanejable y fragmentario en esta edad de distopía financiera y oscurantismo espectacular. No hay que confundir información con conocimiento, sin el imprescindible ejercicio crítico de la reflexión, el análisis y la interpretación, previo a la acción en consecuencia, este torrente de transparencia acabará como otra marchita flor de un día:
Tal vez por eso sea importante repensarlo, en lugar de refugiarse en la ilusión de que cuarenta mil seguidores en Twitter son la expresión de una nueva hegemonía cultural. Lo cierto es que el saber no nos está haciendo más libres, salvo a la manera estoica, hegeliana, de la conciencia desdichada: nos permite sobrellevar las relaciones de poder con una cierta superioridad moral, basada fundamentalmente en el orgullo del que sabe o cree saber frente a la masa ignorante que vive en las tinieblas. Lo cierto, también, es que es el éxito el que lava los pecados del mundo, y que a Messi no se le adora porque se desconozca su vida fiscal, sino porque es un jugador excepcional (o eso dicen los que saben de fútbol).
El desocultamiento de los secretos bancarios y de Estado (cada vez más anudados unos con otros, si es que alguna vez estuvieron separados) nos obliga a una astucia de nuevo cuño: combinar la lenta construcción de una nueva hegemonía con una no menos lenta actividad prosaica, de denuncia (ante los tribunales, no ante los egos electrónicos de nuestros amigos), de rechazo (puede que ya se den las condiciones para una campaña masiva de desobediencia fiscal). En cualquier caso, desconfiemos de la vulnerabilidad de los poderes frente al flujo de secretos: por ingente que sea la información contenida en ellos, si a los papeles de Panamá no se les da una traducción jurídica y política, llegará el día en que nos los vendan como coleccionables con el ABC.Salud y res publica.
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