El penúltimo caso de los comisionistas del partido de los plasmas, los sobres y las sedes en B fue el broche final previo a la cita electoral de una interminable serie de escándalos, podredumbres y corruptelas que han acabado mostrando el auténtico perfil del régimen del 78: un pacto de silencio, olvido y reparto. Reparto de beneficios de un saqueo continuado y socialización de las crecientes pérdidas causadas en cada fiasco. La España del ladrillo, el pelotazo, el 3%, las mordidas, los privilegios, las cuentas en Suiza, los oligopolios y las redes clientelares. Y la España de los desheredados, los camareros, los parados, los desahuciados, los emigrados, la institucionalización de la precariedad, la exclusión social y la sumisión a la oligarquía financiera. La España en negro y de tarjetas black, la de los ERE de Andalucía y la estafa de los cursos de formación, la de los Urdangarín, Bárcenas, Pujol, Díaz Ferrán, Rato y Blesa, la de sus paraísos del fraude, la evasión, la elusión y la amnistía fiscal. Y la España que rescata chapuzas y desmanes, y paga todos los platos rotos de los especuladores. La España atada y bien atada, donde un gran negocio llamado franquismo se perpetuó en las componendas de la transición y su ley de amnesia. Una presunta CT, pero dos Españas reales y bien definidas con el tiempo: la que disfruta y la que sufre la impunidad.
De lo que se deduce de un modo diáfano que la descomposición es estructural y está íntimamente ligada a una administración cleptocrática del bien común, legalizando la dictadura y entronizando el extractivismo de las élites de poder sobre los presupuestos públicos, las rentas del trabajo y el bienestar de las clases populares para salvar los muebles del capital financiero. Así, el comisionismo se ha convertido en una tradición sistémica, como la de portar un paso religioso. El papel de la fiscalía en ciertos casos de la alta corrupción ha sido prácticamente el de abogado del diablo. Las zancadillas a la protesta ciudadana, la denuncia periodística o la lucha judicial contra los ladrones son progresivas y constantes. Los casos de corrupción entre la propia policía y otras instituciones del Estado alertan del grave deterioro. Las tramas mafiosas de la Gürtel-Púnica o del clan Pujol -emblema de toda una época, alegoría perfecta del naufragio- ponen rostro cristalino a la impunidad política de los últimos 40 años. La descarada legislación a favor del oligopolio eléctrico muestra quiénes son los verdaderos amos del país. La indiferencia sobre los problemas de la gente se personifica en los que dicen ser nuestros representantes mientras juegan al Candy Crush en el Congreso. La estafa de las preferentes, la horca de las hipotecas, la Sareb y sus amigos de los fondos buitre, la inmisericordia de la pobreza energética, la esclavitud del precariado, el exilio económico, el sindicalismo vertical inane, la postiza ley de transparencia, el despotismo de las leyes mordaza, la función mercenaria de los grandes medios o la desfachatez de los privilegiados forman el paisaje del desguace moral y social de un tiempo y un espacio.
Un campo de nabos por la gran coalición: ¡paren este sindios!
Con el largo ciclo crepuscular de crisis económica -y orgánica- como telón de fondo, llegamos a finales de 2015 con una democracia de muy baja intensidad y con rasgos cada vez más autoritarios y represivos. El resultado de las elecciones generales del pasado domingo ha derrumbado la estrategia de continuismo del bipartito PPSOE, falto de apoyos para mantener su turno -sobre todo por el pinchazo demoscópico del partido naranjito del recambio y gran esperanza blanca del Ibex 35-, quedando abocado a la gran coalición que le piden desde Bruselas, pero también varios ex notables del régimen, de esos que controlan las puertas giratorias. El 15M abrió el camino para cuestionar y empezar a desmontar su chiringuito -algunos de cuyos extraordinarios beneficios para el interés general (la lista de grandes morosos) hemos conocido hoy-, pero el cambio será largo y trabajoso e irá mucho más allá de listas electorales: vamos despacio porque vamos lejos. Detener el saqueo, revertir la pobreza infantil, devolver la dignidad laboral, cubrir las necesidades básicas y priorizar la justicia social se antoja complicado en un país que en lo peor de la crisis creció el número de millonarios, en el que los mismos directivos que exigen flexibilidad laboral se blindan sus contratos astronómicos y donde uno de cada cuatro euros se los come la corrupción -según un estudio oficial de la Comisión Europea de 2014, lo que lleva a pensar siempre en la parte oculta del iceberg.
Lo cierto es que, a pesar de nuestra innegable excelencia en el expolio, no tenemos la exclusividad en denominación de origen calificada de inmundicia. Uno de los organismos que mejor gestiona los intereses generales de la dictadura financiera, el FMI, ha visto desfilar uno detrás de otro a presidentes con problemas con la Justicia -Lagarde, el último caso-, mientras recomienda reducir el salario mínimo o incluso una quita a los ahorradores. La Unión Europea, campeona en neoliberalismo y austeridad para los de siempre, lanzó cínicamente en 2014 la trampa de incluir en el PIB la economía ilegal -tráfico de drogas o prostitución-, aunque fiscalmente siga sin contar nada. Al mismo tiempo que mira para otro lado sobre los intolerables niveles de desigualdad y pobreza que hemos alcanzado en los 28 estados que forman la Unión. Los preocupantes informes de una organización no gubernamental poco sospechosa de revolucionaria o antisistema como Intermón Oxfam han alertado de la relación real entre desigualdad económica y secuestro democrático por las élites -o el gobierno para las élites, aplicado también al caso español- y sobre todo de la concentración cada vez mayor de la riqueza global en el 1% de la población en su informe Riqueza, tenerlo todo y querer más: 80 personas poseen ya la misma riqueza que el 50% de la población mundial más pobre. Vamos, en la buena dirección.
Y esto es así, entre otras cosas, porque -y esto es indudable- los comisionistas trabajan duro y honradamente para sus jefes.
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