Que la crisis ha sido una estafa para el saqueo de lo común es ya de dominio público, la excusa perfecta para un cambio estructural completo que desarme las conquistas sociales y sacralice la desigualdad descarnada. La coartada que los mercaderes llevaban años esperando realizar desde que uno de sus burócratas más diligentes, Margaret Thatcher, lanzara aquel famoso eslógan neoliberal de there’s no alternative (“no hay alternativa”). El mantra de la agenda oculta, el guión de los telediarios.
Ahora entendemos bien el significado de la refundación del capitalismo que propusiera uno de sus alumnos más aventajados, Nicolas Sarkozy: en 2008 quedó refrendada la era del totalitarismo financiero y el capitalismo sin máscaras, con el sacrificio perpetuo de la vida y las personas en el altar de las contrarreformas. Para ello, se necesitaba un Ministerio de la Verdad bien engrasado, eficaz con la ley del pensamiento único, capaz de minimizar los excesos de la cleptocracia y de justificar la austeridad para los de siempre.
¿Cómo?
• Acelerando el control de los consejos de administración de los medios de comunicación por los mercados, que tape las deudas de una pésima gestión
• apoyando los procesos de concentración empresarial y los oligopolios multinacionales que socavan la pluralidad informativa
• promoviendo la autocensura con la amenaza de retirar publicidad o subvenciones
• asediando la libertad de expresión con leyes mordaza, penales, de propiedad anti-intelectual o de pastoreo policial de los reporteros en movilizaciones (con chalecos identificativos u obstaculizando su trabajo)
• precarizando más si cabe la situación de muchos profesionales y utilizando el despido para expulsar a veteranos con sueldos decentes o a periodistas incómodos al tiempo que un pasivo y falso corporativismo mantiene todo bajo control
• destruyendo el servicio público de las radiotelevisiones pagadas por todas con la creación de redacciones paralelas o poniéndolas al servicio de la propaganda
• generalizando la dictadura de la planificación de las noticias por el poder (plasmas, gabinetes, ruedas de prensa sin preguntas, refritos de agencias sin contrastar…)
• fomentando el ruido de la desinformación y el espectáculo sensacionalista
• directamente, manipulando, amplificando el discurso del miedo –yo o el caos- y abusando de los juicios de valor y del doble rasero moral
• en definitiva, silenciando todavía más la voz de los que no tienen voz en el sistema
A estas alturas, también nos ha quedado claro, como dijo hace unos años un alto cargo del gobierno, que “las leyes están hechas para ser violadas”. Y así vemos cómo se ha pasado del incumplimiento unilateral, a la laminación brutal de derechos y libertades fundamentales recogidas en el contrato constitucional o en los tratados internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a cuyo cumplimiento supuestamente se obligan los que nos gobiernan.
El derecho a la información y la libertad de expresión son patrimonio común y democrático de todas las personas y no propiedad exclusiva de los que la convierten en mercancía. No pretendan, pues, confundir libertad de empresa con libertad de prensa, ni mucho menos con libertad de expresión. Porque el periodismo es una actividad profesional que no implica el simple ejercicio de este derecho, ya que nos pertenece individual y colectivamente, sino que acarrea una importante responsabilidad social.
Para los que hemos trabajado dentro, entendemos bien los fundamentos de un sector que dice estar siempre en crisis, donde la sumisión a la cuenta de resultados, la precariedad, la amenaza del despido o el ostracismo, los convenios de censura previa y las presiones políticas y económicas son el pan nuestro de cada día –a través de llamadas telefónicas, condicionamientos publicitarios o subvención de la información. Su descrédito ha ido creciendo en paralelo a su participación en los buenos tiempos de la fiesta inmobiliaria, a su papel de altavoces del régimen, a su función en el culto a la personalidad de caciques regionales, a su sometimiento al juego de las redes clientelares, a la monotonía de la difusión de pamplinas y la venta de cachivaches, a mirar para otro lado cuando a un periodista comprometido se le impide el libre acceso a una rueda de prensa.
Sabemos distinguir la situación de los estómagos agradecidos –esos todólogos que copan tertulias y cargos, y cuya única preocupación es salvar los muebles de sus pequeños privilegios- de la de los falsos autónomos fácilmente sustituibles que no dejan de proliferar a 20 euros la pieza. Conocemos también cómo se intenta ahogar económicamente a pequeños medios de esta comunidad -como Piedra de Rayo o Rioja2- que osan practicar la independencia o la crítica, negándoles toda publicidad institucional o incluso presionando a sus anunciantes para que se retiren, mientras los medios serviles son regados con dinero público para poder subsistir, en unas cuantías millonarias que el Gobierno de La Rioja se niega a revelar. Evidentemente, somos muy conscientes de cómo se silencian, minimizan o tergiversan protestas, propuestas de transformación social o procesos de represión, en cuyo caso suele comenzar con no discutir o contrastar la versión oficial.
Pero por mucho que se empeñe, tras el movimiento de ruptura iniciado con la ocupación de las plazas y con el crecimiento exponencial de los medios alternativos en internet, muchos de ellos autogestionados, el Ministerio de la Verdad está perdiendo el monopolio del discurso. La neolengua (llamar movilidad exterior a la emigración juvenil, externalizar a privatizar servicios públicos básicos, préstamos en condiciones muy ventajosas a rescate de la banca, violentos itinerantes a protestas como Gamonal…) con la que intentan disfrazar las consecuencias de su tramposa gestión de la crisis ya no cuela. Sabemos que van a por todas, porque nos quieren quietos, ciegos, sordos, mudos…. Pero estamos organizándonos y vamos a decidir nuestro futuro, ahora y siempre. Y por supuesto nuestro derecho democrático a una información veraz y a una libertad de expresión sin cortapisas ni mercadeos, que no se negocia. Porque nos quieren en soledad y nos tendrán en común.
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Este manifiesto fue uno de los cuatro que se leyeron al finalizar la manifestación de las mareas ciudadanas en Logroño
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