"Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación". [Guy Debord, La sociedad del espectáculo]
La tragedia del accidente ferroviario en las cercanías de Santiago de Compostela ha puesto de manifiesto, una vez más, el uso mercantil, espectacular y miserable de las catástrofes por parte de los medios mainstream de (in)comunicación. Como analizó certeramente hace ya unas cuantas décadas Guy Debord, han acabado reduciéndolo todo a una pseudo función, a una suerte de candilejas hueca y efímera. Se llenan horas y horas de televisión y radio, se ocupan portadas y páginas. Buscando la emotividad facilona y fetichista del espectador, nos bombardean desde el primer día con el linchamiento del maquinista y, sobre todo, con las intrahistorias de interés humano: el contexto del siniestro, las circunstancias de las víctimas, la solidaridad de los rescatadores...
Un abuso emocional y carroñero que falla constantemente porque no contemplamos telediarios ni planas repletas de rebuscadores de basura y de los miles de personas desahuciadas por el sistema, ni descubrimos el mismo esfuerzo diario en señalar a los culpables del desastre. Por si fuera poco, en algunos casos además, repitiendo graves errores y mentiras, "el tiempo ha demostrado que la ignominia es perenne".
Así, prácticamente ha pasado desapercibida la que podría ser "la noticia más importante del año": la volatilización de los 35.000 millones de euros destinados al rescate de las extintas cajas de ahorro. Un regalazo, una ganga, oiga, esto de la banca siempre gana es la gran certeza del capitalismo crepuscular. Y el último servicio ejemplar de sus limpiabotas en la cleptocracia, atrincherados y organizados mejor que cualquier banda de tres al cuarto.
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