Si algo está mostrando en toda su crudeza la enorme tragedia de Japón es la gran limitación del ser humano y sus convenciones frente al poder de la Naturaleza. Las consecuencias personales y materiales tras el terremoto y su posterior tsunami son terribles y todavía incalculables. Los riesgos atómicos se han disparado de una tacada. La economía nipona -previamente muy tocada tanto por su propia situación interna, ahogada por un elevado nivel de deuda, como por las deprimentes perspectivas del panorama global- sufrirá un previsible desplome, y arrastrará -ya lo está haciendo- al resto del sistema-mundo.
Este desastre -y todos sus daños colaterales-, unido a los frutos del colapso financiero, la especulación total (alimentos, materias primas y almas) y la crisis ecológica, a sus lamentables respuestas por parte de las élites burocráticas y al dogma de fe del crecimiento económico, nos pone cara a cara frente al espejo diáfano de nuestras debilidades. Las tímidas medidas aprobadas unos días atrás por el Gobierno de España, supuestamente orientadas hacia el ahorro energético, esconden la parte del león del verdadero debate. Parece claro que así no podemos seguir. Pero la reflexión debe ir más allá que reducir -provisionalmente, hasta que escampen las revueltas árabes y tengamos el suministro controlado- la velocidad máxima en autopistas. Porque está relacionada con un cambio cultural profundo y evidente en nuestro modo de vida, basado en recursos finitos. Y la realidad está tan allá como la que nuestros políticos se niegan, una y otra vez, a afrontar.
Ahora son varias las cuestiones que asaltan mi conciencia: ¿Qué tiene que decir al respecto el lobby nuclear? ¿Por qué reducir el exceso lumínico de nuestras ciudades, el mismo que se ha fomentado los últimos quince años al alimón con el desvarío inmobiliario? ¿Qué conclusión sacar de la alegoría producida por las brutales imágenes de miles de vehículos arrastrados por el agua mientras hoy aquí algunos se han manifestado porque quieren circular a 140 kilómetros por hora? ¿Por qué lo llaman blanco cuando quieren decir negro? ¿No hay límite alguno para la avaricia de los especuladores? ¿Cuándo nos van a tratar como personas adultas? ¿Hasta dónde seremos capaces de seguir apoltronados en la ceguera?
¿Realmente estamos dispuestos a seguir creyendo que el dinero funciona como una ley natural, que se produce, se consume y se transforma como la energía?
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Para la sobremesa, dos visiones contrastadas en la polémica nuclear.
* La primera, a iniciativa de los trabajadores de Garoña.
* La segunda, de los adelantados y lúcidos Aviador Dro.
2 comentarios:
... mira qué mooonos rapeando. Gran texto.
When the wind blows-Cuando el viento sopla (1986):
http://www.youtube.com/watch?v=DpjhdznEOi0
.. y ahora el volcàn ... Nos toman el pelo, Godzilla era el bueno, joder!
Godzilla tenía mucha razón, sí. Y qué manía tiene la señora Naturaleza de no plegarse a nuestros deseos...
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