papeles de subinformación

jueves, 18 de febrero de 2016

calma chicha



1. f. Especialmente en la mar, completa quietud del aire.
2. f. coloq. Pereza, indolencia. [DLE, RAE]

“Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo”. Es un extracto del derecho a la pereza que Paul Lafargue, yerno de Marx, enalteciera frente a la apología industrial del trabajo, especialmente del asalariado, y la ideología del productivismo, a diestra y siniestra. No fue el único que condenara tal actitud, otros autores más o menos contemporáneos insistieron en esa idea, como Nietzsche o Melville. El creador de Moby Dick condensó su crítica en la sentencia "preferiría no hacerlo" que repentinamente lanza Bartleby, el escribiente, en el relato de homónimo título. O más recientemente Bob Black, en su propuesta de abolición del trabajo.

Pero es que lo pudiera seguir pareciendo quimérico, aún hoy que urge su reparto, reciclaje y, especialmente, su replanteamiento, en este tiempo de descomponedores -en atinada descripción de Marga Mediavilla- en el que estamos entrando de "todo esto que llaman crisis y algunos creemos que es, simplemente, el encuentro de la economía capitalista con los límites del planeta" -y debemos ser muy conscientes de que nos estamos enfrentando con esos límites-, "es preciso decidir qué cosas no vamos a poder mantener y debemos dejar caer cuanto antes para que no nos lastren", entre ellas esa obsesión enfermiza por el trabajo, la producción y el crecimiento: "En esta década estamos empezando a vivir una época en la historia humana que se asemeja al otoño tardío y el principio del invierno: el momento en que las energías declinan y todo se descompone. [...] Es tiempo de cuidar el suelo social de las experiencias de economía y vida alternativa, de alimentar radicalidades y cuidar las bases de los partidos políticos repensando sus ideologías. Si sabemos cuidar ahora ese humus quizá, cuando vuelvan a llegar los momentos de energía excedentaria, tengamos suficiente fuerza para alimentar proyectos políticos realmente renovadores; pero, si ahora descuidamos el alimento de las raíces, no seremos capaces de nutrir y hacer crecer las alternativas y seguiremos cayendo la cuesta del lento e inconsciente declive global".

Uno de los productos estrella del tiempo fabril, el plástico, contamina cada rincón del planeta, que podría ser envuelto ya en su totalidad en función de la cantidad elaborada desde la Segunda Guerra Mundial. Otro indicativo más de la nueva era geológica en la que realmente nos encontraríamos, el Antropoceno, debido al colosal impacto de las actividades humanas. La producción de este material no deja de crecer, al igual que las consecuencias por su enorme propagación, su lenta degradación o sus efectos sobre la cadena trófica. Sin embargo, la gravedad de este asunto no ocupa como debería las primeras planas de las preocupaciones terrenales. La situación de las bolsas, esa gran ruleta del dinero utópico, viene perturbando desde principios de año los gabinetes de los patronos del chiringuito. Un cierto agotamiento de los parches y el pesimismo de los mercados parecen marcar esta tendencia con carácter tautológico, a juicio de los entendidos. Lo que en realidad esconde es la insistencia en continuar un modelo económico basado en burbujas y la descompuesta situación de la banca -especialmente la italiana y la alemana en Europa-, pero lo fácil ahora es, según el profesor de Economía Ha-Joon Chang, echar la culpa a China de la turbulencia de los mercados: "Lo que verdaderamente ocurrió es que Norteamérica y Europa occidental nunca se recuperaron de verdad de la crisis de 2008. [...] Por si eso no bastara, gran parte de la recuperación se ha debido a burbujas financieras, infladas por compras de deuda pública (expansión cuantitativa) que se convierten en inyecciones de efectivo al sector financiero. [...] Parece entonces que las principales causas de la actual tormenta económica se encuentran en las naciones más ricas, especialmente en las economías dirigidas por el mercado financiero de Estados Unidos y Reino Unido. Después de 2008, tras rechazar una reestructuración profunda de sus economías, la única forma en la que podían lograr una mejora era creando otra serie de burbujas financieras. En su discurso, los gobiernos y los sectores financieros transformaron una recuperación agónica en una recuperación espectacular. Propagaron así el mito de que las grandes burbujas son signo de economías saludables. Independientemente de que las actuales turbulencias del mercado lleven o no a una caída continuada o a un derrumbe, son una señal de que hemos desperdiciado los últimos siete años apuntalando un modelo económico en bancarrota".

Las dificultades del sistema financiero europeo demuestran que no era un problema exclusivo de los países del sur: las dudas sobre el alemán han brotado con fuerza tras el derrumbe bursátil de su buque insignia, el Deutsche Bank, hasta el punto de calibrar si estamos ante el próximo Lehman Brothers. Al parecer, los inversores ya no se fían del relato oficial de la "unión bancaria" y están vendiendo bonos de bancos y gobiernos, y comprando los famosos seguros de impago o permuta de incumplimiento crediticio (CDS, por sus siglas en inglés: credit default swaps). Lo que parece cada día más evidente es que estamos ante un nuevo ciclo político en medio de una economía agotada, en una fase muy larga de estancamiento y sin plan B definido. El economista José D. Roselló apunta, entre otros problemas, las posibilidades de que las políticas de Expansión Cuantitativa no hayan servido para que muchos bancos importantes de Europa “hayan llevado a cabo una limpieza profunda de sus activos, sino que hayan empezado a tapar cosas, ocultar riesgos que no habían reconocido”. Y también empieza a planear la probabilidad de un nuevo crash global, porque, según el divulgador y activista Luis González Reyes -coautor con Ramón Fernández Durán de la obra fundamental La espiral de la energía-, el principal problema es que las políticas expansivas –la FED inyectó dos billones de dólares a la economía– no han tenido un “efecto distributivo”, sino que sólo han servido para “maquillar los balances de los grandes agentes y contener por un tiempo una caída mucho mayor, pero no ha llegado a la población de a pie. La inversión no ha llegado a la economía productiva, entre otras cosas porque ya no hay rentabilidad en la economía productiva”, sino que han inflado los mercados especulativos. Con cifras récord de acumulación de riqueza y desigualdad, inéditas desde 1929, las empresas cada vez tienen más dificultades para colocar sus mercancías y conseguir las tasas de rentabilidad deseadas. La solución a este problema hasta 2007 fue la expansión del crédito a toda costa, sin una base real que lo respaldase. La gran pregunta ahora es si las medidas económicas ante esta crisis estructural –las famosas políticas expansivas– llevarán a otra recaída cuando se retiren las ayudas, porque de fondo hay una economía financiera que en 2015 era ocho veces más grande que la economía real.

Entre las nuevas burbujas que se están rompiendo aceleradamente, el pinchazo de la industria del fracking causado por la caída del precio del barril de crudo. Para González Reyes, el escenario que se abre, una vez superado en 2005 el pico del petróleo convencional –el más fácil y barato de extraer–, es de “fuertes fluctuaciones en los precios del barril”. Cuando el precio vuelva a subir, “nos encontraremos otra vez con un recrudecimiento de la crisis, algo que hará que la demanda vuelva a bajar, y con el descenso de la demanda caerá una vez más el precio del petróleo, con grandes oscilaciones amplificadas por la especulación en los mercados financieros”. En definitiva -en las lúcidas palabras de González Reyes-, “es como si el corazón del capitalismo estuviese sufriendo una arritmia brutal provocando crisis cada vez más complicadas”. El ejemplo de Siria es paradigmático, con la confluencia de colapso social, económico y ambiental en la que irán entrando otros países: el país asiático sufrió una gravísima sequía de 2006 a 2011 y pasó desde 2012 de exportar a importar crudo tras traspasar su pico petrolero, fortaleciendo la crisis económica, mermando la capacidad agrícola y sumando causas para la guerra civil y la consecuente crisis humanitaria de los refugiados, con millones de sus habitantes fuera de sus fronteras. Porque la globalización también lo es de los contratiempos, de las incógnitas y de alguna que otra certeza: una Europa sin agricultores en manos de monopolios, el cierre de la histórica Tabacalera en La Rioja como un reflejo del sistema o la lista Falciani y los servicios de pago como el indicio de una corrupción estructural e internacional. Llegados a este punto, hay que ser conscientes del cáncer del capitalismo crepuscular: su financiarización extrema -descrita como "exuberancia irracional" por uno de los (ex) gurús de los mercados, Alan Greenspan- o cómo la "Gran Deuda" está colapsando la economía real. En un artículo básico para entenderlo, Economistas sin fronteras explican con detalle sus causas y consecuencias:
"La deuda pública de más de 35 billones de dólares de las economías del G7, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y EEUU, en conjunto supone un 100% del PIB, equivalente a la mitad del PIB mundial. Sólo la deuda americana comporta el 24% del total, parecida al 23% de la zona euro. Por cada 1% de intereses que se pagan de la deuda, los países de la eurozona y EEUU transfieren al sistema financiero 350 mil millones de dólares, más o menos el total de la deuda griega. Desde el año 2000 se multiplicó por 2. Creció desde entonces a un ritmo del 8,5% anual. [...] En España el segundo capítulo de gasto, después de la sanidad, es el pago de los intereses de la deuda. Según el último informe del ministerio de economía las deudas están en el entorno del 100% del PIB: un billón de euros. El tipo de interés medio del saldo vivo de la deuda pública española es aproximadamente del 3,5%. Se pagan unos 35 mil millones de euros al año en intereses. La vida media de la deuda española es de 6 años y medio, y si los tipos de interés suben, EEUU ya lo ha hecho este último mes de diciembre, los gastos financieros crecerán inmediatamente. No hay margen presupuestario para reducirla, todos los años se emite deuda para renovar la que vence y los inversores exigirán más rentabilidad. [...] Esta vez la crisis financiera impactó en el corazón de la economía capitalista globalizada y no en las periféricas. La tradición era que las economías subdesarrolladas, hoy eufemísticamente llamadas emergentes, se declararan en quiebra ante la imposibilidad de atraer las divisas necesarias para los pagos de amortizaciones e intereses del endeudamiento derivado de las importaciones de capitales o de bienes y servicios que carecían por su condición de economías atrasadas y dependientes. La bancarización incontrolada de la economía mundial, inicialmente de bancos estadounidenses, se originó al final de la segunda guerra mundial. [...] La expansión del sistema financiero mundial de las últimas cuatro décadas acabó en un extraordinario colapso entre 2007 y 2008. La quiebra bancaria de EEUU y Europa trajo la Gran Recesión y ésta condujo a la Gran Deuda pública. Los bancos al quebrar generalizan un efecto contractivo, “dominó”, de pánico financiero descontrolado y de alarma social. El salvataje público de la banca tradicional o comercial de los países desarrollados fue para no provocar una crisis sistémica. La Gran Deuda fue el resultado de las ayudas dispuestas al rescate del sistema financiero y de la consiguiente caída de ingresos fiscales. La “tormenta perfecta” se consumó con la “Gran Recesión” que incrementó los gastos en seguros de desempleo y otras ayudas sociales, y el aumento del gasto en pensiones provenientes de masas ingentes de trabajadores prejubilados. Las ayudas a los bancos y las recapitalizaciones han estabilizado los balances de los grandes bancos “sistémicos”. Sin embargo, la industria financiera no ha dejado de crecer y concentrarse: 10 empresas financieras gestionan una cartera de fondos de inversión de 19 billones de dólares, el 25% del PIB mundial y el mercado de derivados alcanzó un saldo, astronómico de 700 billones de dólares, casi 7 veces el PIB mundial".
Así, en este momento de calma chicha antes de la próxima -¿y definitiva?- tormenta económica, cuando el colapso energético y ecológico se va arrimando, parece que los temas locales pesan menos -pero no tanto- en el contexto global. Por ejemplo, cuál puede ser la ruta del dinero en el debate actual de los pactos políticos en España, según la periodista Olga Rodríguez: "El mundo del dinero llama inestabilidad al riesgo de que no se forme un gobierno a su servicio, y no al hecho de que aumenten la precariedad y la pobreza. El presidente del BBVA, Francisco González, ha dicho que “a los que invierten y crean puestos de trabajo no les gusta la incertidumbre”. También en los medios se airea el miedo a la ingobernabilidad, a la incertidumbre, a la inestabilidad. ¿La ingobernabilidad de qué? ¿La incertidumbre de quién? ¿La inestabilidad en perjuicio de quién? Los defensores del “que todo siga igual” conciben la incertidumbre de forma muy diferente a como la sufren millones de personas que están desempleadas, que tienen un trabajo inestable o que padecen el recorte de los derechos laborales y ciudadanos. Esa incertidumbre llevamos padeciéndola años, pero no hay seriales informativos y políticos dedicados a ella, porque nuestras incertumbres fortalecen sus certezas. [...] En su último informe, titulado 'Gobernar para las elites', Intermon Oxfam detalla la enorme desigualdad económica que nos afecta, y emplea para ello una cita de quien fuera juez del Supremo de EEUU, Louis Brandeis: “Podemos tener democracia o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas”. De eso trata esta época vertiginosa que vivimos. De buscar gobiernos capaces de paliar la emergencia social o, por el contrario, de apostar por más recortes, por más austeridad, por más latrocinio en nombre de la estabilidad.".

A estas alturas del desfalco, no hace falta ser un lumbreras para saber cómo funciona la cadena de favores en esa ruta del dinero, con puertas giratorias entre las oligarquías política y empresarial desde la dictadura franquista, especialmente en el sector del ladrillo, como ejemplifica FCC. O qué trascendencia tiene el último rugido del estadista, según la también periodista Rosa Mª Artal: "Irrumpe Felipe González en las deliberaciones para el nuevo gobierno, pretendiendo sentar cátedra, pero no ha conseguido sino certificar los estertores de un tiempo caduco.[...] ¿Ha dicho media palabra al menos de los desahuciados de sus casas, de los parados, del trabajo miseria que crea la Reforma Laboral del PP, de los recortes tan precisos en ideología neoliberal, de la merma de libertades, del autoritarismo? ¿Ha pedido que se deroguen las leyes Mordaza? No, quiere que siga el PP con la abstención de su propio partido. [...] Una España sobrecogida por la corrupción, una Europa que se dirige ciegamente al fascismo y al más descarnado egoísmo, distrae su atención con las maniobras de Felipe González. Pero no tanto como esperaba. Hay otra España más instruida -que probablemente sus políticas contribuyeron a formar-, que prescinde de él por completo". O por qué cinco días en prisión demuestran que los titiriteros tenían razón: para Ignacio Escolar, "si querían denunciar con su obra que el poder utiliza el espantajo del terrorismo como excusa para aplastar cualquier disidencia, sin duda lo han conseguido". Por si no habían tenido suficiente, el final de la fiesta trae días de resaca y furia. Y es que, como tercia Suso de Toro, la Transición, hasta las heces: "Esta vez el título me quedó tan dramático como cursi, pero es que este final de época es patético y ridículo. Una agonía que resume la Fiscalía y un juez de carrera y clara connotación franquista que mete presas a dos personas por un delito que no existió, hacer propaganda de ETA, pura persecución de la libertad de expresión. Ese es el verdadero espectáculo siniestro y no el de los títeres y está siendo el broche de porquería que cierra el periodo histórico iniciado en la tan reivindicada Transición. Llamando 'Transición' a aquella operación política se ocultó que se trató de 'la Reforma', ya que 'la Ruptura' no fue posible. Evidentemente, esa democracia fue mucho mejor que el franquismo anterior, pero se trataba de ocultarnos que no romper con el franquismo sino interiorizarlo encerraba un grave problema. El cáncer que anidaba en el Estado se fue extendiendo por todo el sistema político hasta anularlo".

Tiene que quedar muy claro que no podemos dejar nuestro futuro en manos de majaderos y señores de la guerra, que la democracia y las grandes fortunas son incompatibles, como es imposible alcanzar la libertad sin tener la existencia social garantizada, que tampoco se puede ni se debe prescindir de las libertades civiles -y ese parece ser el camino que está eligiendo hoy nuestro continente-, tal y como se demanda en un indispensable manifiesto internacional: "Europa marcha hacia su decadencia. El continente que pretendió emerger de la posguerra como garante de las libertades y derechos civiles, se está hundiendo en la naturalización de la barbarie y en el vacío de una forma de gobierno crecientemente autoritaria. Enfrentada a la crisis más severa de su historia reciente, ha elegido el peor de los caminos, emprendiendo políticas que creíamos erradicadas". Que le quede claro igualmente a la vieja (y a su recambio patrocinado) plutocracia de la Sacrosanta Transición que nos viene desgobernando por qué no nos representa. Y que lo que se entiende por la izquierda debe analizar sus propios errores, reconstruyéndose desde la crítica con espíritu libertario, y cambiar de paradigma ante la encrucijada histórica presente, prescindiendo sin demora del dogma crecentista: "Las sucesivas crisis, el escandaloso aumento de la desigualdad y la persistencia de la pobreza también en los países más industrializados dejan pocas dudas sobre la naturaleza política de ese problema económico. ¿Cuántas décadas de crecimiento más harán falta para constatarlo? Y si la pobreza, la exclusión social y la desigualdad no serán resueltas por el crecimiento económico, mucho menos aun lo será el problema de la sostenibilidad, sacrificada precisamente en el altar de ese crecimiento en el que tanto se confía, y que en realidad está resultando antieconómico".

Tal vez, en esta calma chicha, a la expectativa, entre la pereza y la quietud -y parafraseando el hermoso texto de Olga Rodríguez-, si los miércoles televisaran recitales de poesía en 'prime time'...
Es inevitable preguntarse qué pasaría si en los parlamentos se reconociera a los millones de personas, sobre todo mujeres, que trabajan sin tener empleo ni sueldo, porque el trabajo no es solo estar contratado por una empresa. Cómo sería que el debate político se centrara en buscar de qué modo podemos ser medianamente felices. Si las leyes no olvidaran nunca que progreso no es el crecimiento económico de unos pocos. 
Si los legisladores recordaran que necesitamos tiempo para contemplar la belleza de un atardecer y para pensar siempre qué queremos ser, porque ¿quién puede vivir sin hacerse preguntas ni mirarse dentro? 
Es alimento preguntarse cómo sería que en la escuela nos enseñaran Derechos Humanos y la biografía de miles de personas que lucharon duro para conquistarlos. Que en el instituto nos examinaran de Historia de las reivindicaciones laborales. 
Es inevitable preguntarse cómo sería el mundo si las ciudades estuvieran diseñadas para las personas y no para los coches y las oficinas, si los niños tuvieran más espacios para el juego y los adultos más días para jugar con ellos. Cómo sería si trabajáramos cuatro días a la semana y descansáramos tres. Si desde pequeños nos enseñaran que la palabra y la voluntad no lo abarcan todo, pero es lo más valioso que tenemos. Si todo el mundo pudiera contar con alguien, si la confianza le ganara al recelo. [...] 
Es necesario soñar despierto, porque no hay acciones sin sueños. Soñar con horas descalzas, con pentagramas libres y compases certeros, con hojas en blanco en las que aún está todo por pasar. Con calles llenas de gente despertándose colectivamente. Soñar con la posibilidad de reinventarnos, porque siempre se puede escribir el futuro de otra forma. Porque merecemos menos impunidad, menos desigualdad, menos tristeza y más segundos hermosos e inmortales. Y más sonrisas que tengan mucho que contarse.

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