papeles de subinformación

viernes, 17 de junio de 2016

la batalla de Francia



De nuevo, Francia se convierte en el epicentro de la revuelta global contra el canibalismo realmente existente. El país galo vive un tiempo crucial, mucho más allá de la transmisión parcial por los canales habituales de la casta mediática de cuatro imágenes espectaculares de disturbios en manifestaciones o de altercados protagonizados por los integristas etílicos del fúmbol, ausente de una necesaria y urgente contextualización:
Aunque no lo encuentres en la prensa, en Francia se viven importantes jornadas de protestas contra la reforma laboral. Desde finales de febrero y tras la Huelga General del 31 de marzo, organizaciones de trabajadores y estudiantes unidos a los movimientos sociales como la Nuit Debout, protagonizan episodios de desobediencia civil.

Por todo el país miles de personas en pie en manifestaciones y piquetes. Se han cortado accesos a ciudades y se viven episodios de dura represión por parte del gobierno contra su gente. Pero cada vez más personas se suman a las manifestaciones y las protestas, como frente a la asamblea Nacional de París o la asamblea de indignados de París, en la plaza de la República.
[seguir leyendo: Plazabierta]
La batalla de Francia revela justamente la trascendencia inversa a la cobertura de los medios mainstream de (in)comunicación masiva: una silenciada y amplia protesta obrera y popular para tratar de detener las crecientes amputaciones en derechos y libertades, no sólo laborales, de nuestro país vecino. Con acciones imaginativas y contundentes -como la huelga de electricidad, cortando el servicio a las empresas y restableciéndolo a los hogares pobres- en la lucha contra la contrarreforma laboral o con la apelación a la desobediencia civil general desde el movimiento NuitDebout para lograr una transformación social profunda. Más de un millón de personas se manifestaron el pasado 14 de junio, pero sólo los actos violentos fueron noticia, en especial los relacionados con la Eurocopa, como otra parte más del espectáculo.

Francia, el país que en varias ocasiones ha ilustrado la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad, en definitiva por la dignidad del ser humano y la democracia -la buena, no el sucedáneo, por decirlo suavemente, en el que estamos-, el territorio de la revolución, la comuna, la resistencia antifascista -bien nutrida por el exilio español- y el mayo del 68, es hoy una de las últimas trincheras europeas frente a la violenta guerra total del capitalismo neoliberal crepuscular y caníbal contra el común. Significa también la disconformidad y la crítica a la militarización y el estado de sitio impuesto con la excusa del terrorismo yihadista. Y finalmente representa la resistencia de una parte del sindicalismo -y todo lo que eso significa sobre la organización presente y futura entre los trabajadores- que se niega a arrodillarse ante los gobiernos limpiabotas de la dictadura financiera.


Porque conviene saber el por qué del inicio de la protesta y la negativa sindical y social a un nuevo y monumental trágala por parte de un ejecutivo a la deriva nominalmente socialista, ideológicamente socioliberal, efectivamente neoliberal -de un partido hermano de ese PSOE moderado y práctico (sic) del prefabricado Sánchez que dice llamarse izquierda y no lo es; de una socialdemocracia convertida en una mercancía más que lleva años muriendo en Europa por su absoluto servilismo al capital- que está haciendo el trabajo sucio a los grupos políticos que sí se encuadran en los parámetros originarios del ecosistema capitalista, liberal o neocon. No deja de ser una paradoja -¿ironías del destino o misión histórica de la socialdemocracia?- que el partido de los arribistas Hollande y, especialmente, Valls, sea el encargado de poner fin a más de un siglo de derecho del trabajo en Francia y, por ende, del resto de esa cloaca moral en la que se ha convertido hoy la Unión Europea:
Todo está en el artículo 1: Incluso aunque sólo sea por este artículo, todo el proyecto de ley El Khomri debe ser retirado. Es el cuestionamiento histórico,  teórico, jurídico fundamental de todo un siglo del Estatuto de los Trabajadores.

Para entender esto hay que saber que el Estatuto de los Trabajadores nació en 1910 después de la catástrofe de Courrières en el Paso de Calais, allá por 1906. Durante esta tragedia, 1.099 mineros perdieron la vida en el fondo de los pozos. El patrón había exigido que el trabajo se reanudase al cesar la búsqueda de sobrevivientes, de lo contrario el carbón polaco venía y debería cerrarse la puerta de las minas. Una docena de días más tarde, 13 sobrevivientes y luego uno más reaparecieron. El choque emocional fue tal que se decidió crear el Ministerio de Trabajo para que pudiera escapar de los requisitos del Ministerio de Economía.

La elección básica era adaptar el trabajo a la persona y no la persona al trabajo. Si se había exigido las 3 x 8 (8 horas de trabajo, 8 horas de recreo, 8 de descanso), no fue para complacer a los propietarios de las empresas sino a las personas, para que pudieran vivir con su trabajo.

Así que cuando el presidente Hollande anunció que iba a "adaptar el derecho al trabajo a las necesidades de las empresas", estamos ante una contrarrevolución conceptual.  No tiene nada de "moderna" y nada tiene que ver tampoco con la "crisis": es la vuelta al siglo XIX, mucho antes aún que 1906, en los inicios de los salarios post esclavitud cuando no había ni leyes ni cotizaciones sociales.

No tiene nada que ver con el empleo: François Hollande lo confesó el 21 de febrero de este año al precisar que la ley "no tendrá ningún efecto en términos de empleo durante varios meses. Sino que se trata de instalar un nuevo modelo social". No podía reconocer de mejor manera que el desempleo era un pretexto, y que de lo que se trataba era principalmente de romper con la legislación laboral vigente.

El proyecto llamado El Khomri es pues una puesta en cuestión ideológica ultraliberal de décadas de lucha de los sindicatos y de la izquierda para proteger a los empleados. Incluso la patronal ha quedado sorprendido de que este proyecto de ley vaya más allá de lo que ha defendido la derecha.

El gobierno Valls ha despreciado la capacidad de respuesta de los sindicatos de trabajadores, de la izquierda, aquí forzada a distanciarse del rechazo de todos los sindicatos. Pero es aún más despreciable, ya que se trata de unos principios libres y universales, no la forma de abusar de un puñado de empleados de la tienda de la esquina...

A lo largo de cien años, el Estatuto de los Trabajadores ha sido construido para que los derechos de las personas al empleo escapen de las exigencias ciegas del mercado, de la rentabilidad, de la competitividad. Este es un código excepcional, ya que está forjado de luchas y de sangre, de sudor y de lágrimas. Es el producto de 1920 a 1936, de 1945 a 1968, de 1995 a 2002, de huelgas, de ocupaciones, de manifestaciones, de negociaciones y de leyes de la República.
[seguir leyendo: artículo de Gérard Filoche en Sinpermiso]
Esta nueva declaración local de guerra a 18 millones de empleados franceses es lo que está causando, en palabras de la ignorancia, "molestias a los turistas, inestabilidad económica, inseguridad en las calles, daños a los bienes y las personas, caos y miedo", en referencia a las manifestaciones y acciones de protesta -cuando en realidad todo ello es consecuencia de la desgobernanza financiera-, llegando hasta el delirio de plantearse la prohibición de las manifestaciones, en línea con la apuesta de militarizar el país. En la agenda del colapsado capital global, la imposición de su pensamiento único -there is no alternative- y de un estudiado y dilatado programa reaccionario de recortes económicos, políticos y civiles -TTIP, deudocracia, austericidio, saqueo del bien común, estado de excepción permanente...-, incluyendo el asedio a los derechos laborales y el desguace del estado social, sigue siendo contestado -primavera árabe, 15M, Occupy...- y al mismo tiempo cada vez más duramente reprimida cada contestación, de manera policial directa, con el discurso indirecto del miedo o con medidas coercitivas desde gobiernos y agencias al servicio de la corporación del 1% -troikas, eurogrupos, bancos centrales- que trata de salvar sus muebles frente al desastre que viene. Esa gente espectral, organizados en la cleptocracia, reducidos sus planteamientos a la doctrina del shock, apóstoles de una decadente metafísica económica, arquitectos de una distopía ecofascista que quiere seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades y las del planeta.


Francia es hoy el centro de la crisis europea, no el Brexit, como indica sabiamente el corresponsal Rafael Poch desde París: "una eventual salida del Reino Unido es económicamente irrelevante (hay mucha exageración ahí), pero políticamente debilitaría la influencia de Estados Unidos, del que el Reino Unido ha sido el más solicito servidor, en el continente. Solo por eso harán cualquier cosa por evitarla, pero el verdadero problema está en Francia. Fue Francia, no Inglaterra, la fundadora de lo que se está desmoronando desde 2007. Y es aquí donde se decidirá la verdadera partida". En definitiva, la batalla de Francia representa un nuevo paso en el avance del desastre tras el fallido experimento griego y por eso significa también un rearme de dignidad y una nueva oportunidad para romper las viejas y las nuevas cadenas en el largo camino de la emancipación humana:
[...] El poder quería nuestra lucha local, sectorial, dispersada y reivindicativa. Le anunciamos que será global, universal, conjunta y afirmativa.

Nunca daremos lo suficiente las gracias a la Ley El Khomry por habernos devuelto el sentido de dos cosas que habíamos olvidado hace demasiado tiempo: el sentido de lo común y el de la afirmación. Ofreciéndole al arbitrio del capital latitudes sin precedentes, esta ley generaliza la violencia neoliberal, que golpeará de aquí en adelante de manera indistinta a todas las categorías salariales y les empujará a descubrir lo que tienen profundamente en común, la condición salarial, precisamente. Deshace así las diferencias que les tenía separados. Sí, hay algo profundamente común entre los Goodyear, los Conti, los Air France [...] entre Henry, el ingeniero súpercualificado de una subcontrata de Renault, que es despedible porque ha hablado demasiado sobre el documental Merci, patron! en su lugar de trabajo; entre Rajah y Kefar, asalariados precarizados de la sociedad de limpieza Onet, despedidos y reenviados a la miseria por una minúscula falta; y con todos los universitarios que contemplan a través de todos ellos lo que les espera; y los estudiantes de secundaria que les siguen de cerca. Podría alargar esta lista indefinidamente, puesto que la realidad es que en esta época que vivimos es interminable.

Por lo tanto, gracias, gracias sinceramente, El Khomry, Valls y Hollande. Gracias, sí, gracias. Gracias por haber empujado tan lejos la ruindad para que no tengamos otra elección que salir de nuestra somnolencia política. Para que nos tengamos otra elección que salir del aislamiento, y a veces del miedo, para juntarnos. Gracias también por habernos al fin abierto los ojos y hacernos ver que en el punto en el que estamos ya no hay nada que negociar, no hay nada que reivindicar, que todas esas prácticas rituales y codificadas están cayendo en lo grotesco. Dejémoselas, por tanto, a un cierto sindicalismo arrodillado a su reptación habitual. Nosotros estamos decididos a tomar otra vía, la vía que revoca los marcos, los roles y las asignaciones, la vía del deseo político que empuja y que afirma.

Creyendo continuar como siempre su pequeño camino amable al servicio del capitalismo neoliberal, la Ley El Khomry creía sin duda, que como tan habitualmente desde hace 30 años, entraría como mantequilla. No han tenido suerte. Ha dado en hueso. Sin darse cuenta ha traspasado uno de esos umbrales invisibles donde con una sola gota todo cambia. En griego eso es lo que catástrofe quiere decir, cambio. Y es verdad que es la catástrofe para este gobierno. Aquellos de los que esperaban que reivindicásemos de manera educada, no queremos ya reivindicar, aquellos que estaban separados se unen. Otras ideas nos vienen a la cabeza, ideas desconcertantes. Por lo tanto, en este sentido, la situación es catastrófica. Y puede ser que sea la mejor noticia política desde hace décadas. El primer gesto de la catástrofe --no el último, sólo el primero-- es un gesto de imaginación. Y es por eso que nos hemos reunidos esta noche aquí, para imaginar la catástrofe, traigámosles la catástrofe.


[extracto del discurso pronunciado por el economista y sociólogo Frédéric Lordon en la acampada de la Place de la République de París -la NuitDebout- el pasado 31 de marzo]