Algunos lectores pensarán al leer estas líneas que ya está de nuevo este canso a vueltas con la economía, pero es que tras la sucesión de accidentes que están sacudiendo y adelgazando contundentemente la estructura del llamado estado de bienestar -ya un eufemismo y lo que nos espera todavía-, no puedo evitar hacer una reflexión más amplia, sobre todo a partir de lo que se ve y se oye. En esta ofensiva ¿final? de este (presunto) capitalismo crepuscular -customizado como un jinete pálido-, dando dentelladas desde el fondo del callejón, las últimas fechas han proporcionado una cascada de declaraciones, axiomas y consignas de políticos, economistas, periodistas, analistas y espontáneos, con una amplia coincidencia en el significado último del mensaje: los mercados mandaban, mandan y, parece ser, deberán seguir mandando. Pero, ¿quiénes son los mercados, quién está detrás, por qué obedecer? ¿Es para tanto, o todo forma parte de la misma trola del pánico en 3D? De esto no obtenemos mucho, la verdad, si uno quiere informarse es evidente que debe realizar un esfuerzo. Al menos, de conciencia.
Pero baste con escuchar y observar cómo, machaconamente, con palabras y hechos, se están tratando de recortar y derribar todos los diques que aún mantienen algunos de los excesos de los susodichos mercados parece hacerse una idea: sindicatos, funcionarios, cajas de ahorro, vinculación de los sueldos a la productividad, sistema de pensiones en crisis, restricciones del Estatuto de los Trabajadores, rigidez laboral, copago sanitario, flexibilización de convenios colectivos... al tiempo que no se tocan ni uno sólo de los privilegios de los actores que han propiciado la desregulación financiera que generó la crisis -o que agravó la que podemos considerar como sistémica-, sino que más bien vuelven a salir nuevamente reforzados. Ahí están los datos: durante 2009, en España el número de personas pudientes -es decir, de ricos- aumentó en un 12,5% respecto al año anterior, 16.000 más, llegando a los 143.000, y en todo el planeta el número de particulares con grandes patrimonios se situó al final del año pasado en 10 millones de personas, un 17,1% más que en 2008.
Pero baste con escuchar y observar cómo, machaconamente, con palabras y hechos, se están tratando de recortar y derribar todos los diques que aún mantienen algunos de los excesos de los susodichos mercados parece hacerse una idea: sindicatos, funcionarios, cajas de ahorro, vinculación de los sueldos a la productividad, sistema de pensiones en crisis, restricciones del Estatuto de los Trabajadores, rigidez laboral, copago sanitario, flexibilización de convenios colectivos... al tiempo que no se tocan ni uno sólo de los privilegios de los actores que han propiciado la desregulación financiera que generó la crisis -o que agravó la que podemos considerar como sistémica-, sino que más bien vuelven a salir nuevamente reforzados. Ahí están los datos: durante 2009, en España el número de personas pudientes -es decir, de ricos- aumentó en un 12,5% respecto al año anterior, 16.000 más, llegando a los 143.000, y en todo el planeta el número de particulares con grandes patrimonios se situó al final del año pasado en 10 millones de personas, un 17,1% más que en 2008.
Al mismo tiempo, parece que cierto grado de sinceridad ha empezado a inocular, de modo casi enfermizo, las mentes y el lenguaje de la clase política. Sirva como muestra la dimisión en mayo del presidente de Alemania por vincular la misión militar en Afganistán con los intereses comerciales del país o las palabras del responsable económico del PP -en la actualidad, partido adalid y defensor de los trabajadores por descripción propia-, Cristóbal Montoro, reclamando la anulación del derecho a la huelga. Por no mencionar la trillada apelación al vocablo salvaje para referirse a la lucha laboral de los conductores del Metro de Madrid, sin considerar en ningún momento su real acepción, y mucho más vasta, en los impactos del canibalismo económico globalizado. Ese sí que es brutal, y justamente al respecto, los fariseos que apoyaron y alentaron en su momento la huelga de funcionarios y que ahora han martilleado y difamado la del suburbano, permanecen muditos, en un idéntico silencio sepulcral a la voz de su amo. Salvo por el son de la melodía que tintinea, de modo general y creciente, la liquidación del modelo de protección social que debería preservar y sostener un (implícito) gobierno democrático, no sólo por una cuestión moral y electoral, sino simple y llanamente por mandato -o por imperativo, como les gusta decir a algunos cuando les interesa- constitucional. Pese a quien pese, caiga quien caiga.
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