El acuerdo alcanzado ayer en la reforma (sic) del sistema de pensiones entre el Gobierno central, la patronal y los sindicatos de concertación se ha convertido en una buena muestra de hasta dónde se pueden seguir rebasando los límites de la indecencia y el descaro en el recorte brutal de los derechos sociales. Pero además, la traición a los propios ideales de un supuesto partido socialdemócrata y de dos supuestos sindicatos mayoritarios puede traer consecuencias mucho más nefastas, no deseadas y profundas para la propia existencia futura del PSOE como referente electoral y sociológico, y del sindicalismo como movimiento en defensa de los trabajadores. Esta decisión acaba de dar la puntilla a la escasísima credibilidad que les restaba a UGT y CC.OO., convertidos ya de facto en caricaturas de un rancio sindicalismo vertical, y ha reventado de cara a toda la ciudadanía -si no lo estaba ya- el tejido asociativo laboral como espacio de resistencia, solidaridad y lucha. El viraje del Ejecutivo y el partido dirigido por Rodríguez Zapatero -que debió dimitir en mayo ante las presiones de la Unión Europea, el FMI y los mercados, explicando las razones y convocando elecciones generales para que o bien los neoliberales puros hubieran tenido que tomar esas decisiones o bien su regreso presionado por la calle hubiera reforzado su idea inicial de no ceder a los recortes- ha dejado en la absoluta intemperie y desconfianza a su electorado -y aledaños-, a su limitada identidad -ya social-liberal- y a su propio porvenir como organización. El descrédito en ambos casos es ya tan enorme, que la factura ideológica va a ser mucho más costosa aún de remontar que la propia precariedad a la que nos están abocando con sus amputaciones políticas y económicas. Sus reformas -metáforas del blindaje de los privilegiados y la dictadura financiera-, señor presidente, "me cueste lo que me cueste", le van a costar a muchos ciudadanos inseguridad, sufrimiento y exclusión.
Al mismo tiempo, los movimientos sociales y sindicatos alternativos convocaron ayer numerosas movilizaciones en todo el estado y paros generales en algunas de sus comunidades autónomas contra la medida regresiva en las pensiones. En Logroño, medio millar de personas salimos a la calle pero para los medios de comunicación riojanos esto parece ser que no es noticia, ya que no he sido capaz de encontrar referencia alguna en sus ediciones digitales. O si lo es, apenas merecerá un breve donde los asistentes serán rebajados al medio centenar, como ya ocurrió con la concentración antifascista. Sí, una minoría consciente, pero en seguida -en sus escasas alusiones- calificada por las televisiones y periódicos de orden en los casos de Madrid, Barcelona o Bilbao como jóvenes radicales, antisistema o violentos, qué más da si fueron pacíficas en su absoluta mayoría, más o menos asociadas a una especie de Al Qaeda local. En la capital riojana, las sedes de los burócratas -políticas y patronales- estaban bien guarnecidas por los antidisturbios, muchos más de los que se suelen ver en las manifestaciones convencionales. La policía -como en el caso de la militarización del espacio aéreo- convertida una vez más en los ángeles de la guarda de los espacios financieros y sus aliados en el desguace. Paralelamente, la noticia de la decisión de un juez de la Audiencia Provincial de Navarra sobre la adjudicación de una vivienda en subasta es suficiente para saldar la deuda con el banco pone en tela de juicio las ejecuciones hipotecarias del sistema bancario español. Los liberales ya se han apresurado en denunciar histéricamente este auto, que podría poner contra las cuerdas la propia viabilidad del sistema financiero patrio, entrampado hasta las cejas con su orgía crediticia en el reciente pasado. Probablemente, el caso llegue hasta el Tribunal Supremo, donde podremos observar si la justicia es el amparo de todos o sólo de unos pocos. Ya hay un anteproyecto sobre la mesa del Consejo General del Poder Judicial para recortar derechos en este sentido.
Pero siempre queda algún motivo para la esperanza. Mientras los medios de desinformación masiva transmiten los acontecimientos en Túnez y otros estados del Magreb, que tan diáfanamente están reflejando el largo y equivalente hartazgo de su población, permanecen convenientemente muditos ante otra revolución que está teniendo lugar desde hace un par de años en un país con un sistema político y económico más similar al español y situado en nuestro propio continente: Islandia. Otra forma de hacer las cosas, una lección muy clara para tomar nota.
El subdesarrollo y la infamia al que el primer mundo sometió al tercero ya ha llegado a nuestras puertas. ¿Seguiremos inermes?
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